14 Οκτωβρίου 2013

ÚLTIMA ENTREVISTA



ÚLTIMA ENTREVISTA
[...]
Iba a soñar contigo -en una ciudad extraña-,
donde sólo un viejo submarino alemán
se perdió.
Iba a escribirte cartas que no te enviaría
y tú, ibas a esperar mi regreso
-Penélope infiel- con ambigüedad,
sabiendo que mis cortos regresos
no serían definitivos. No soy Ulises. No conocí
Itaca. Todo lo que he perdido.


Cristina
Peri Rossi (Uruguay, 1941-   )

1 Ιουλίου 2013

ILUSOS DE ULISES



ILUSOS DE ULISES

Siempre, después de un viaje,
una mirada terca se aferra a lo que busca,
y es un hueco sombrío, una luz pavorosa
tan sólo lo que tocan los ojos del que vuelve.
Fidelidad, afán inútil.
¿Quién tuvo la arrogancia de intentarte?
Nadie ha sido capaz
-ni aún los que han muerto-
de destejer la trama
de los días. 

Ángel González (España, 1925-2008)

1 Ιουνίου 2013

EL PERRO DE ULISES




EL PERRO DE ULISES
Al regresar a Ítaca después de veinte años,
vestido con ropas de mendigo,
Ulises se enjugó una lágrima.
Argos, lleno de pulgas,
tendido en el estiércol,
alzó la cabeza y las orejas.
Fue el único que reconoció a su dueño.
Así nos pasa a los humanos
frente a la belleza, que nunca es fácil,
que nunca es benigna,
frente a la perfección camuflada y hambrienta.
Como el perro de Ulises
sólo algunos ladramos frente a ella
y movemos el rabo.
Veinte años esperando a su amo
y Argos poco después murió.
Ángel Petisme (España, 1961-  )

1 Μαΐου 2013

VIAJES DE PENÉLOPE




VIAJES DE PENÉLOPE

No crean que te espero
porque sé que vendrás a alzar tu casa
de las aguas hambrientas
o de los pretendientes.

Te espero porque estás:
nunca te has ido a los asuntos vanos
(las paredes te conocen la voz
en las estancias más calladas)
y todas las pisadas se someten
al ritmo de tus pasos
y hasta la soledad toma tu rostro
al borde de mi almohada.

Juana Rosa Pita (Cuba, 1939-  )

1 Απριλίου 2013

CARTA A UN DESTERRADO



 CARTA A UN DESTERRADO

Mi querido Odiseo:
Ya no es posible más
esposo mío
que el tiempo pase y vuele
y no te cuente yo
de mi vida en Itaca.
Hace ya muchos años
que te fuiste
tu ausencia nos pesó
a tu hijo
y a mí.
Empezaron a cercarme
pretendientes
eran tantos
tan tenaces sus requiebros
que apiadándose un dios
de mi congoja
me aconsejó tejer
una tela sutil
interminable
que te sirviera a ti
como sudario.
Si llegaba a concluirla
tendría yo sin mora
que elegir un esposo.
Me cautivó la idea
que al levantarse el sol
me ponía a tejer
y destejía por la noche.
Así pasé tres años
pero ahora, Odiseo,
mi corazón suspira por un joven
tan bello como tú cuando eras mozo
tan hábil con el arco
y con la lanza.
Nuestra casa está en ruinas
y necesito un hombre
que la sepa regir
Telémaco es un niño todavía
y tu padre un anciano
preferible, Odiseo
que no vuelvas
los hombres son más débiles
no soportan la afrenta.
De mi amor hacia ti
no queda ni un rescoldo
Telémaco está bien
ni siquiera pregunta por su padre
es mejor para ti
que te demos por muerto.
Sé por los forasteros
de Calipso
y de Circe
aprovecha Odiseo
si eliges a Calipso
recuperarás la juventud
si es Circe la elegida
serás entre sus chanchos
el supremo.
Espero que esta carta
no te ofenda
no invoques a los dioses
será en vano
recuerda a Menelao
con Helena
por esa guerra loca
han perdido la vida
nuestros mejores hombres
y estás tú donde estás.
No vuelvas, Odiseo
te suplico.

Claribel Alegría (Nicaragua, 1924-  )

1 Μαρτίου 2013

EL VIENTO DE ÍTACA



EL VIENTO DE ÍTACA

Sentada ante su bastidor, ella fue dueña

del lentamente desastroso Imperio de los días.
Sus manos la pesada tarea asumieron
y una constancia más fuerte que el cansancio
junto a ella se sentó.

(Frente a la terquedad de sus dedos fabriles
el mar entonces fue sólo una gota mesurable
y el horizonte un mirador en torno a Ítaca.)

Un viento de regreso silbó una madrugada:
despertar fue asomarse a un campo de batalla asolado.
La luz fue descubriendo la figura sentada
que acariciaba compasivamente la tela dactilar,
su patrimonio de trabajo y de horas,
sus madejas de canas.

(Una costumbre de quietud
y una tristeza como un perro a sus pies
la rodearon de silencio.)

Lejos resonaba la voz, la voz de Ulysses.
Frente a su bastidor, desesperadamente,
ella intentaba recordar un nombre,
sólo un nombre:

el que gritaba Ulysses por las calles de Ítaca.

Francisca Aguirre (España, 1930-  )
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