15 Δεκεμβρίου 2009

EL PASO DE LA LAGUNA ESTIGIA



EL PASO DE LA LAGUNA ESTIGIA

A un lado del bosque -por la orilla-
veía extraños fuegos y gritos espantosos.
(Digo bien: Veía gritos, porque nada oía).
Era el aire melancólico y sombrío.
y lo cruzaban pájaros de color ceniza.
No puedo decir que sufriera exactamente,
era una sucesión de agobio, pesadumbre, angustia,
como queriendo llorar y sintiéndote solo.
Al otro lado del agua (un agua esmeraldina,
profunda, portentosa) se distinguía apenas
otro bosque, y una ignota claridad desconocida.
A la vera del agua (sin rumor, pero móvil)
había un viejo desnudo, con crespa barba blanca.
Le dije: ¿Cuál es la verdad, dime;
qué debí haber hecho? ¿Retirarme de todo,
vivir remoto al mundo, en la paz de las sierras?
¿O arder en las batallas y zozobras,
intrigar, morder ansia, escalar arduamente,
herir al semejante con ponzoña enconada?
¿O simplemente entregarme a la carne,
hundirme entre los cuerpos día a día
mientras seca la lengua siente un vacío instante?
¿Qué debí haber hecho? ¿El poder, la soledad,
el amor, el triunfo? ¿A cuál dedicarse?
Y el viejo no se inmutó aunque yo temblase.
Respondió: Cualquier cosa que hicieras, es lo mismo.
No hay verdad aquí. Nada es verdad segura.
Si buscaste el sosiego -sólo eso- y es mucho...
Esta es la única verdad, siguió. Y me mostró
una barca. Esta de ahora es la sola verdad
de cuanto existe. Y me tendió un vaso de agua clara.
Toma, añadió. Me cogió la mano. Y sentí un blando
frío en los pies, al mojarme, subiéndome a su barca.
Al fondo, un raro sol, como violeta y rojo,
que no daba calor, parecía la sangre cuando mana.

Antonio Luis de Villena (España, 1951- )

1 Δεκεμβρίου 2009

A UN MONASTERIO GRIEGO

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A UN MONASTERIO GRIEGO

Más que el amor que un día me cediste,
te pido, ¡oh Providencia!, que me lleves
a aquel rincón que guarda entre tus brazos
la indolencia divina. En el Himeto,
de incansables abejas coronado,
yace el ruinoso caserón, cual nido
de lagartijas; claros olivares
pardean sus declives en vetustas
ramas de cenicientos esplendores,
y pegados al muro de la casa
frescas higueras arden con oscuras
constelaciones. Cálido, el incienso
trae su sopor al eco de las puertas,
donde un asnillo puede detenerse
largas horas de paz, mientras descargan
rancio vino de frágiles alforjas
y los privilegiados ruiseñores
trinan en los cipreses. Vida, ¡oh vida,
cual manantial del agua en esos cercos,
vieja y sabia manando sus promesas
de libertad! Allí estaría Adonis,
besado por la errante pecadora;
allí, llorando un día bajo el cáliz
de su ilusión, el hijo de los dioses
se despide, temblando, de la tierra…
lágrimas, besos, zonas seductoras
que me han dado la esencia de mí mismo,
aquí como en un lírico sosiego
funden sus ansias. Monjes venerables,
¿quiénes son allí dentro paseando
la celestial nostalgia de la tierra,
más que sabios o reyes, dueños vivos
de la gentil fugaz concupiscencia?
Soberano dominio en que enaltecen
la imagen inmortal de lo creado.
Volver quiero donde es posible
mecerse en el ascético deleite
de la hermosura; allí quiero entornarte
mundo de mi pasión, cual si una siesta
fuera a dormir en pleno mediodía.

Juan Gil Albert (España, 1904-1994)
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